miércoles, 28 de octubre de 2009

CLOACAS EN LA MENTE- Extracto del libro Fuego desde el cielo: el amanecer de una era

La mente es como una cloaca –dijo nuestro maestro y guía al comenzar
> a compartir las enseñanzas de Bhagaván con nosotros–. Le colocamos una
> tapadera dorada, pero el mal olor sale de todas formas. Aunque se
> extienda por toda la casa, estamos tan ocupados admirando la tapadera
> dorada que no lo notamos. No sabemos quiénes somos. La tapadera es el
> concepto que los demás tienen de nosotros, y puesto que es la única
> manera que tenemos de reconocernos, nos aferramos a ella.
> »En lugar de limpiar la cloaca –continuó–, seguimos mirando la
> tapadera dorada, lo cual nos aleja de todo aquello que sabemos que
> somos, es decir, de todas nuestras inseguridades, comparaciones,
> juicios, deseos y dolor miserables, egoístas y carentes de amor que
> tan desesperadamente intentamos cubrir y enmascarar. Si alguien nos
> felicita por lo serviciales que somos, intentamos ayudar a todo el
> mundo sin importar lo vacíos que nos encontremos sólo para sentirnos
> bien con nosotros mismos. Creemos que somos malas personas y, por lo
> tanto, lo proyectamos a nuestro alrededor para que los demás nos
> traten como pensamos que merecemos. En todo momento reforzamos
> nuestros conceptos de nosotros mismos.
> »Estos conceptos son como una rata muerta en el centro de una
> habitación. La escondemos debajo de la alfombra, pero el mal olor
> sigue saliendo. Colocamos encima otra alfombra más gruesa o perfumamos
> la casa, pero finalmente el mal olor vuelve incluso con mayor
> intensidad. Necesitamos encontrar la rata y retirarla.
> »El peor olor procede de nuestros conceptos de la espiritualidad y la
> iluminación. Sustituimos la experiencia de la iluminación por los
> conceptos que tenemos de ella. Pensamos que la iluminación es santidad
> y, por lo tanto, intentamos acercarnos a la santidad. Pensamos que es
> conocimiento y, por lo tanto, intentamos acercarnos al conocimiento.
> Pensamos que es perfección y, por lo tanto, intentamos acercarnos a la
> perfección. Nos encerramos nosotros mismos en la prisión de nuestra
> propia mente –nuestros conceptos, expectativas e ideales–.
> »Cuando recibimos la diksha, tiene que abrirse paso entre nuestros
> conceptos preconcebidos. Si vaciamos estos conceptos y presenciamos
> nuestra propia verdad en nuestro estado no iluminado, nos servirá de
> ayuda. Debemos comenzar observando nuestras máscaras y disfraces,
> nuestras emociones manufacturadas, remordimientos e inseguridades.
> Sólo cuando nos veamos a nosotros mismos tal y como somos podremos
> experimentar la gracia.
> »Cuando somos conscientes de nuestra propia vulnerabilidad y
> permitimos que nuestros temores más profundos salgan a la superficie,
> dejamos de ser peligrosos tanto para nosotros mismos como para los
> demás. Paradójicamente, sólo después de aceptar nuestra propia fealdad
> podemos liberarnos realmente y volver a ser como un niño pequeño.
> Dejamos de necesitar la tapadera dorapa para ocultar el mal olor y
> podemos empezar a limpiar la cloaca. Las primeras dos dikshas os
> ayudarán a abrir la mente –añadió nuestro guía–.
> »Para limpiar la cloaca, simplemente debemos observar con sinceridad.
> Es como una cebolla: por mucho que la pelemos, las capas seguirán
> existiendo. La iluminación no significa que la cebolla desaparezca,
> sino que abandonamos el concepto que tenemos de ella. Vemos nuestros
> temores, pero no nos gobiernan; vemos nuestros deseos, pero no los
> reprimimos; vemos nuestras inseguridades, pero no las rechazamos.
> »No es necesario llegar al fondo de nuestra cloaca obsesionados por
> ser perfectos –continuó nuestro guía–, sino que es suficiente con
> presenciar alguno de nuestros dramas neuróticos. La gracia llegará,
> pero no debemos tener expectativas sobre cómo o cuándo.»
> Entonces, mirándome directamente, dijo: «Hay una diferencia entre el
> conocimiento metafísico y la experiencia empírica. Metafísicamente
> creamos un ideal de “alma” y provocamos un inmenso conflicto en
> nuestra mente al intentar acercarnos a él. Cuanto más grande sea
> nuestra imagen de la perfección, más nos alejaremos de ella, más
> máscaras nos pondremos y más dolor sufriremos. Cuanto más tiempo
> estemos en un camino espiritual, más conceptos acumularemos y más
> difícil será abandonarlos.
> »El conocimiento empírico consiste en ser sinceros con nosotros mismos
> en nuestra experiencia de cada momento. De este modo descubriremos que
> la persona no iluminada está llena de máscaras, expectativas e
> ideales, todos ellos cubiertos de inseguridades y remordimiento,
> soledad y pérdida del alma. Debemos comenzar explorando esto. Cuanto
> más profundicemos en nuestra fealdad, menos miedo le tendremos y mejor
> podremos escapar de nuestros conflictos y sufrimientos».
> En ese momento me di cuenta de que nuestra mente es algo muy pequeño
> en la inmensidad de la experiencia. Nos aferramos a nuestros diminutos
> pensamientos mientras el universo sigue su camino y nos deja atrás.
> Nos dejamos ahogar por los conceptos metafísicos cuando, en realidad,
> la verdad es muy simple. Cuando una persona iluminada mira un árbol,
> simplemente está mirando el árbol, pero la persona no iluminada
> elabora conceptos y piensa: «¡Oh, está en comunión cósmica! ¡Se ha
> unido con el árbol!». No hay nada en qué convertirnos. La iluminación
> consiste en percibir la realidad tal como es.
> «A veces nos compadecemos de nosotros mismos –dice un antiguo
> proverbio Ojibuay– sin darnos cuenta de que estamos siendo llevados
> por grandes vientos a través del cielo.»
> Recibí la primera diksha aquella misma tarde. Nuestro guía nos
> advirtió de nuevo de que su función era hacernos examinar las cloacas
> de nuestra mente. Hasta que un alcohólico no «toca fondo», no puede
> liberarse de su esclavitud al alcohol. Del mismo modo, si no
> experimentamos la esclavitud de nuestra mente, ¿cómo vamos a buscar la
> liberación?
> A continuación, entraron en la habitación dos guías más. Cuando se
> abrieron a la energía de Bhagaván, entraron en elevados estados de
> éxtasis divino y sus cuerpos se convirtieron en canales para su
> gracia. Al acercarnos a ellos uno a uno, los guías colocaban sus manos
> sobre nuestras cabezas e iniciaban el proceso de reestructuración
> neurológica.
> Después de transmitirnos la diksha nos pidieron que nos fuéramos a
> nuestras habitaciones y nos acostáramos. Entonces, empecé a sentir
> malestar. Mi persona social comenzó a disolverse y descubrí cómo
> manipulaba a los demás para conseguir mis propósitos presentándome
> como una persona bondadosa, afectuosa, inteligente, sincera y
> espiritual. Observé cómo los juzgaba y me comparaba con ellos, y cómo
> sentía celos y resentimiento mientras intentaba convencerme a mí mismo
> de que estaba espiritualmente evolucionado.
> Observé mi agresividad y mi rabia, y cómo las reprimía. También
> observé los conflictos que se producían en mi mente al intentar
> perdonar, todavía resentido en mi exterior y con sentimiento de
> culpabilidad en mi interior. Después, contemplé mi necesidad de ser
> perfecto, especial y único. Me observé a mí mismo poniéndome a la
> defensiva ante cualquier ataque, real o imaginario, contra la estimada
> identidad espiritual que había elaborado con esmero durante tantos
> años.
> Comencé a presenciar horrorizado la inmensa locura y «fealdad» de la
> mente que según Bhagaván son las acciones egoístas. Pude verlo incluso
> en las motivaciones más espirituales. ¿Era una persona bondadosa sólo
> porque me sentía obligado a ello? ¿Me esforzaba por impresionar a los
> demás con mi santidad? ¿Los ayudaba por miedo a decir que no? ¿Les
> ofrecía mi amor para recibir el suyo? ¿Deseaba ser reconocido como una
> persona inteligente y maravillosa? ¿Me sentía tan vacío por dentro que
> asistía a cualquier taller buscando alguna experiencia extraordinaria
> que me pudiera llenar? ¿Hablaba de la muerte del yo sólo como un
> ladrillo más de mi edificio espiritual? ¿Deseaba controlar por
> completo mi vida incluso cuando decía que estaba al servicio de lo
> Divino? ¿Necesitaba alcanzar la iluminación con mis propios esfuerzos
> para poder colocarme yo mismo una corona sobre mi cabeza?
> Me di cuenta de lo pobre y ficticia que había sido mi vida. Comprendí
> que mi maravillosa personalidad no era más que un robot controlado por
> mi mente. Entonces, observé que a lo largo de los años había acumulado
> numerosas identidades y que la peor de todas era la espiritual. Era un
> maestro y sanador espiritual. Era sensible y compasivo. Era una buena
> persona. Tenía la misión de curar al mundo. Era inteligente, afectuoso
> y profundo. Me había identificado tanto con esta imagen de mí mismo
> que todas mis identidades se habían convertido en máscaras. Me
> encontré protegiendo esta imagen para evitar que alguier mirara a
> través de ella y descubriera mi yo vulnerable o indeciso, enfadado o
> lascivo, antipático o temeroso, ordinario o superficial, deprimido o
> tímido.
> Contemplé mi desesperada necesidad de aprobación, aceptación y amor.
> Me di cuenta de cómo devoraba todo lo que había a mi alrededor para
> poder sobrevivir. Cuanto más cantidad y más grande, mejor. Comprobé lo
> cierto que esto era para mí, tanto a nivel material como espiritual.
> Me di cuenta de cómo disfrazaba mis vicios para convertirlos en
> virtudes. Mi miedo a los demás se transformaba en necesidad de
> «soledad». Cultivaba la «humildad» porque no tenía valor para
> enfrentarme a los abusos. «Amaba» porque tenía miedo de quedarme solo.
> Tenía la misión de «salvar al mundo» porque no había ningún otro
> planeta donde ir. No pude encontrar amor en ningún lugar, y entonces
> reconocí lo poco afectuoso que era y lo vacío que estaba mi ego.
> Comprendí de que en realidad no me gustaban los demás. Me relacionaba
> con ellos sólo por lo que me pudieran dar, ya fuera amor, objetos
> materiales, dinero, reconocimiento u oportunidades para avanzar en mi
> camino. Quizá me decían algo agradable o me daban la oportunidad de
> demostrar que era mejor, más inteligente, avanzado o afectuoso que
> ellos, o que estaba mejor informado. Quizá me sentía iluminado por su
> luz porque realmente no confiaba en la mía.
> Tampoco me gustaba mucho yo mismo. Comprobé que no dejaba de
> compararme con los demás y que dependía de la opinión que tuvieran de
> mí y de si me consideraban bondadoso, atractivo o merecedor de amor.
> Además, tenía que mostrar mi mejor rostro continuamente. Había perdido
> la espontaneidad, la inocencia infantil y la capacidad de vivir en
> armonía con mi alma. En realidad, dudaba de que me hubiera encontrado
> con esta última alguna vez. Lo único que sabía es que estaba encerrado
> en un laberinto espiritual.
> De repente, el proceso se aceleró. Mi mente, temerosa de perder su
> identidad, comenzó a generar versiones cada vez más horribles de sí
> misma. A continuación, sufrí una profunda depresión, autocompasión,
> paranoia y dolor al alimentar desesperadamente mi ilusión como si
> fuera lo único real. Me encontré a mí mismo reviviendo el trauma del
> «pecado original» de mis años de adolescencia. No era más que un
> gusano arrastrándome por el suelo, merecedor sólo de sufrimiento. En
> realidad, este era lo único que me redimía, y cuanto más sufría, más
> me liberaba. El sufrimiento se convirtió en el significado último de
> mi vida.
> Fui incluso más allá hasta llegar a los fantasmas de mi infancia. Mis
> necesidades no importaban, sólo las de los demás. No existía por mí
> mismo. No era nada. Me sentía impotente y vacío. De repente me di
> cuenta de que todos mis esfuerzos por alcanzar la iluminación tenían
> su origen en el deseo de llenar este vacío.
> Y entonces, se acabó. Había llegado al fondo del cubo de basura. No
> había nada más que mi mente pudiera sacar y me quedé dormido.
> Durante todo este proceso sentí una enorme ola de alivio cada vez que
> tenía una realización. Me sentí aliviado al salir de mi agujero de
> autocompasión, al quitarme las máscaras de mi ego espiritual y al ver
> la fealdad de mi mente y poder dejar de seguir luchando. Comprendí que
> la lucha no era más que un intento de convencerme a mí mismo de que
> era bueno en contraposición a alguien o algo que pudiera identificar
> como malo. Proyectaba sin cesar todo lo malo en los demás, en las
> circunstancias externas o en aspectos oscuros de mí mismo que formaban
> parte de mi «yo subconsciente».
> Cuando presencié toda mi fealdad, pude finalmente aceptar la realidad.
> Ya no me daba miedo. Ya no necesitaba resistirme a ella, y ni siquiera
> tomarlo como algo personal. Finalmente, este drama terminó
> aburriéndome. Después de todo, ni siquiera se trataba de mi propia
> mente. «Curiosamente –había dicho nuestro guía–, cuando ves con
> claridad tu propia fealdad, dejas de tener la necesidad de comportarte
> mal.» Cuando dejé de intentar «ser bueno», pude realmente ser yo
> mismo. ¡La guerra con el universo había terminado!
>
>
> NAMASTE

No hay comentarios:

Publicar un comentario